lunes, 5 de julio de 2010

Dos secretarios de Estado dimiten en Francia por despilfarro

Adquirir una caja de puros por valor de 12.000 euros a cuenta del ministerio equivale a dimisión. Alquilar un ‘jet’ privado por 116.500 euros, también. Por lo menos en Francia, sí. Es lo que ha ocurrido con Christian Blanc y a Alain Joyandet, secretarios de Estado del Desarrollo de la capital y de la Cooperación, respectivamente.

Con estas dimisiones, la remodelación ministerial anunciada por Sarkozy se ha adelantado cuatro meses. Por si las moscas, Blanc y Joyandet han decidido marcharse motu proprio antes de que nadie se lo ordene.
“No he utilizado ni un euro público para enriquecerme”, asegura Christian Blanc, que habría mostrado su desacuerdo cuando el primer ministro francés, François Fillon, le solicitó que devolviera la integridad del dinero del contribuyente que el secretario de Estado utilizó para comprarse puros.

Una y no más
En su defensa, Alain Joyandet asegura: “He obrado por los países en desarrollo, para reforzar los vínculos con África y promover la francofonía en el mundo”.

Solamente la factura del avión privado que Joyandet alquiló para uno de sus fructíferos desplazamientos se elevaba a más de cien mil euros. Claro que sólo pudo disfrutarlo en una ocasión puesto que, desde entonces, el Elíseo niega a los miembros del Gobierno este tipo de lujos.

Además de esta polémica, se ha descubierto que el político había adquirido una licencia de construcción ilegal para su residencia en la Costa Azul. La gota que ha colmado el vaso entre la opinión pública francesa que rechaza digerir este tipo de asuntos.

En los tiempos que corren y en plena definición de un plan de reducción de presupuestos ministeriales –supresión de diez mil coches oficiales o recortes en la comunicación, entre otras medidas–, los gastos superfluos están totalmente fuera de lugar. Así opina el presidente francés, Nicolas Sarkozy, que ya había advertido de que “este tipo de comportamientos conlleva consecuencias”, haciendo referencia a los puros, los aviones o los hoteles a los que acuden ciertos miembros de la clase política francesa.

Dos de ellos ya han sufrido esas consecuencias en su propia piel y, tras su dimisión, es probable que no sean los únicos en abandonar el Gobierno francés.

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